Comentario
El grupo de población más numeroso estaba constituido por los romanos que vivían en los viejos territorios del Imperio. Si bien seguía existiendo una población autóctona en determinadas regiones que nunca habían sido sometidas, la población romana alcanzaba cifras muy altas con respecto a los otros grupos poblacionales. El cálculo del número total de individuos romanos en la Península es siempre oscilante, desde algunos investigadores que creen en una población de unos siete millones, a otros que la sitúan en unos doce millones. Debemos tener en cuenta que estos datos proceden de la información fragmentaria dada por Plinio el Viejo, correspondiente por tanto a los primeros momentos del Imperio. Las cifras son difíciles de calcular puesto que no existen documentos de la época que den información sobre este tema y tampoco la arqueología ayuda mucho, pues si bien se conocen parcialmente las extensiones de las ciudades y ello permite una aproximación, poco se sabe con respecto a la gente que vivía en las zonas rurales.
La gran masa de población se hallaba dispersa por toda la geografía peninsular, a excepción de zonas como la Orospeda, Vasconia y Cantabria, donde sólo existía una presencia militar romana, puesto que, tal como decíamos, estas regiones siempre habían resultado ser reacias a la dominación romana. La mayor densidad de población se hallaría situada en las diferentes provincias de la diocesis Hispaniarum, cuya romanización fue más intensa tanto desde el punto de vista de actividades ciudadanas como de explotación de las tierras.
Así destaca la Tarraconensis, con importantes núcleos costeros abiertos al comercio y grandes ciudades de vieja raigambre, como son Emporiae, Gerunda, Barcino y Tarraco. En el interior y básicamente debido a las tierras fértiles debemos recordar Caesaraugusta, Ilerda, Osca y Calagurris. De esta provincia conocemos también algunas grandes explotaciones rurales que debieron seguir existiendo al menos durante el siglo VI. Su presencia en la línea costera es menor que en el valle del Segre y en el valle medio del Ebro.
Particularmente denso fue el hábitat romano de la región oriental y meridional de la Carthaginensis, con viejos núcleos urbanos como Saguntum, Valentia, Dianium, Mici, Bigastri, Carthago Spartaria, Acci, Mentesa, Castulo y Oretum. Durante la Antigüedad tardía la Carthaginensis ganó territorios por el norte y el oeste. En ella se ubicaban renombrados centros que -en parte- vertebraron el asentamiento visigodo. Destacan ciudades como Segobriga, Valeria, Ercavica, Complutum, Segontia, Oxoma, Pallentia, Saldania y, por último, cabe citar Toletum, que se convertiría en capital del reino visigodo. Los restos arqueológicos conservados no permiten hablar, por el momento, de grandes explotaciones agrícolas en el sudeste de la Carthaginensis; parece que el sistema agropecuario debió implantarse de una forma diversa, quizá a partir de una parcelación de pequeñas propiedades o bien de comunidades organizadas. Lo contrario ocurre en el extremo norte de la provincia, donde encontramos villae, cuyas estructuras arquitectónicas de la parte residencial denotan la gran riqueza de sus propietarios. Estas explotaciones, dedicadas esencialmente al trigo, debieron estar constituidas por grandes extensiones de tierra, pobladas de un hábitat disperso.
Sin lugar a dudas la Baetica es una de las provincias romanas con mayor densidad de población, no sólo por sus centros urbanos, sino también por la fertilidad proporcionada por el valle del Guadalquivir. Entre los tejidos urbanos merecen ser traídos a colación Malaca, Illiberris, Egabrum, Tucci, Astigi, Corduba (una de las ciudades más grandes, pues ocupaba una superficie de unas setenta hectáreas), Hispalis, Italica y Assidona. Esta provincia de la Bética es conocida por sus extensas propiedades, grandes latifundio, dedicadas en su mayoría a la explotación de la vid y el olivo, así como a la cría caballar. La arqueología y la epigrafía han permitido detectar pequeños centros eclesiásticos diseminados por todo el territorio, lo cual indica también una población romana abundante, a la vez que dispersa.
La Lusitania, con la presencia de Augusta Emerita, tuvo importantes núcleos urbanos como puede ser el puerto más occidental del mundo conocido, Olisipo, o ciudades como Ossonoba, Pax Iulia y Ebora. En la parte norte de esta provincia se sitúan Egitania, Conimbriga, Viseum, Lamecum, Salmantica y Abela.
Tanto Mérida como su territorium parece que estuvieron densamente poblados y así lo atestigua no sólo la propia ciudad con notables arquitecturas urbanas, sino también el gran número de villae e iglesias rurales conocidas gracias a la arqueología y que están actualmente en proceso de excavación. Entre los valles de los ríos Guadiana y Tajo se establecieron también algunas villae de las cuales dependían grandes extensiones de tierras. El valle bajo y medio del Tajo, con grandes pastos, se dedicó fundamentalmente a la cría caballar. Al nordeste de la provincia se documentan también algunos centros de explotación debidos a las tierras fértiles regadas por los afluentes del Tajo y del Duero.
En lo que a la Gallaecia respecta, el poblamiento romano fue menos denso y además sus habitantes tuvieron que convivir con un poderoso reino como el suevo. Al parecer, el mayor número de romanos se hallaba establecido en ciudades, tales como Bracara, Lucus y Asturica, por citar sólo las más importantes.
Este era aproximadamente el mapa poblacional de Hispania cuando se iniciaron las primeras incursiones bárbaras. Las fuentes históricas y literarias que se conservan permiten entrever el impacto que produjo la presencia de grupos extranjeros, esencialmente godos, además de suevos, alanos y vándalos, en zonas plenamente romanizadas. Si bien estas fuentes hablan de los comportamientos bélicos y devastadores de estos pueblos, con el análisis conjunto de las mismas y matizando las motivaciones de cada uno de los autores, se puede reconstruir -no sin dificultad- el ambiente de aquel momento. Aunque la documentación conservada permite detectar los comportamientos de las altas clases sociales romanas, sin embargo, podemos apuntar respecto a la gran masa de población que no participaba de los privilegios otorgados a dichos estamentos sociales.
Bien es sabido que existió una pervivencia de grandes familias hispanorromanas y algunas de linaje senatorial. Este hecho se deduce de que en toda la legislación, y esencialmente en el Breviario de Alarico, se sigue manteniendo el término de senatores e incluso el de honorati que, por regla general, habían utilizado los emperadores y que ahora designaban a los consejeros de la ciudad. Estas familias romanas eran en realidad grandes terratenientes que explotaban sus tierras, tal como hemos visto, distribuidas en las diferentes provincias. Este hecho no implica que viviesen permanentemente en el campo, sino bien al contrario, su vida se desarrollaba en la ciudad, participando de los cargos públicos, por regla general municipales. Probablemente la provincia con una mayor pervivencia de grandes familias pertenecientes a la nobleza senatorial romana sea la Baetica. En ella jugaron un importante papel, no sólo social, sino también político y religioso (recuérdese, por ejemplo, su actuación de apoyo a Hermenegildo). Aunque también importantes, pero con menor peso, fueron las aristocracias senatoriales de la Tarraconense y de la Lusitania.
La explotación de las tierras se hacía por medio del control de los actores, siendo este sistema de explotación y control el que perduró a lo largo de todo el reino visigodo toledano. La explotación directa estaba en manos de los conductores o coloni que pagaban sus impuestos, aunque prácticamente siempre los grandes propietarios romanos, perpetuando una vieja tradición, intentaban no cumplir con sus obligaciones tributarias. Recordemos que las cargas fiscales a las que estaban sometidos los romanos eran muy pesadas.
El resultado del establecimiento de los visigodos en Hispania fue que las altas clases aristocráticas provinciales romanas llegaron a convivir con los nobles visigodos. Este hecho no permite concluir que todo romano aceptase la presencia bárbara, al contrario, muchos de ellos lucharon en contra de los visigodos y eludieron firmemente el someterse al poder de los recién llegados. Sin embargo, en muchos casos esta convivencia llevó a los romanos a la participación en determinadas cargas gubernamentales y militares e incluso algunos escritores de claro origen romano estuvieron al servicio de la corte. Así, y sólo a título de ejemplo, el caso de Sidonio Apolinar, que redactó el mencionado panegírico de Teodorico II.
También resalta, como apuntábamos, la integración de romanos en el aparato estatal, tanto en el primer período de asentamiento como en épocas más tardías. Claudio es un ejemplo de ello pues, como o a pesar de ser romano, fue nombrado dux de la Lusitania por Recaredo y estuvo al frente de las tropas militares.